Testimonios
François Morellet, París – 1995
Creo que el texto que sigue lo va a decepcionar. Por supuesto, tiene la libertad de guardarlo en los archivos secretos.
Es la primera vez que me hacen este pedido temible: escribir acerca de un amigo artista… vivo.
¿Cómo hacer para evitar ese panegírico, que las cualidades de Julio, sin embargo, merecen, y que normalmente es reservado para ocasiones más trágicas (que yo debería aprovechar antes que él, según un plan estrictamente cronológico)?
Y ¿cómo contentarse con una o dos anécdotas, graciosas, ácidas o encantadoras, que darían una idea completamente falsa de estos ocho años de vida común en el GRAV? ¿De esos centenares de horas en que Julio, los otros y yo nos divertimos, apasionamos, aburrimos, adoramos, enervamos?
Eso correría el riesgo de provocar esas mutilaciones irreversibles de los recuerdos (y de las amistades) que sufren todos los supervivientes después del naufragio de su grupo.
Por lo tanto, así se justifica, a la vez, la seguridad de nuestros recuerdos y mi pereza.
Para que me disculpen, de todos modos, añadiré una pequeña revelación exclusiva que, espero, no debería disgustar a Julio y quizás incluso sorprenderlo, a su vez, porque lo confieso: De todos mis «amigos artistas», Le Parc es realmente el que más me sorprendió, siempre.
Cordialmente.
Paco Rabanne, París – 1995
Alumno de la Escuela de Bellas Artes de París, en la Sección Arquitectura, yo me pasaba el tiempo libre vagando por las calles del barrio y entrando en las galerías donde aparecían —en los años cincuenta y sesenta— nuevas formas de Arte. Había una que me apasionaba más que las demás, precisamente aquella en que los artistas reemplazaban el pincel y el color por el metal: en hilo, como Soto; o en placas, como Julio Le Parc. Sobre todo, Le Parc influyó en mi primera colección de Alta Costura, ya que su utilización de cuadrados de aluminio que se movían al más mínimo soplo me dio la idea de mi primer vestido, porque, en ese momento, yo quería hacer ropa de conformidad con las artes de mi época y en armonía con ellas.
Alberto Biasi, Padua – 1995
Conozco a Le Parc desde hace muchos años, aunque en estos últimos tiempos nos hayamos visto menos. El recuerdo de la época en que lo conocí, como animador del GRAV, es tan intenso que siento su presencia como si todo hubiera ocurrido hace no tanto. En realidad, conocí a Julio el año anterior a la formación del GRAV. Él exponía con el grupo Motus, que organizaba una exposición en Padua en 1960 en la galería Le Stagioni. Esta información está incluida en el séptimo volumen de Histoire de l’art italienne publicado por Einaudi.
En ese período, Julio estaba en contra del culto a la personalidad del artista. Mi grupo (el grupo N) y yo compartíamos la misma posición. «Hablamos de arte y no de Arte, con ‘A’ mayúscula», nos dijimos en nuestro primer encuentro. Así, empezamos a viajar por Europa, diciendo: «hacemos arte como el panadero hace pan… en el sentido de que el artista es alguien como todo el mundo… en el sentido de que el arte es como el pan, o que el arte es pan… incluso en el sentido de que el pan se vuelve arte y es percibido como tal por quien lo consume…». Eran las premisas y los orígenes, a comienzos de los años sesenta, de numerosos encuentros y discusiones entre artistas de diferentes países y de experiencias artísticas muy diversificadas.
Lo recuerdo muy bien: Julio siempre estaba entre los más activos, cuestionaba sus propias ideas y algunas de otros. Si mal no recuerdo, él sostenía que «el ojo humano debe ser nuestro punto de partida». Y yo le daba la razón. Numerosas obras de mi grupo eran relieves-óptico-dinámicos construidos en función de la movilidad del espectador.
Ese comienzo de los años sesenta era exultante para mí y, creo, también para Julio. Exultante, en particular, fue nuestra participación en Nueva Tendencia, un movimiento que —más o menos abiertamente— era y sigue siendo atacado a causa de prejuicios ideológicos, a tal punto, que de ese movimiento no se conservó nada o casi nada, aunque pueda ser considerado históricamente único, por la participación de artistas de procedencia transnacional y extraordinario, por la novedad de sus proposiciones artísticas. Basta con pensar en la investigación sobre la relación visual entre la obra y el espectador y en la cantidad de obras realizadas que anticipaban el tema de la interactividad. Ese movimiento también produjo la diáspora de la «tendencia del arte», que se manifestó en el curso de los años setenta.
Por otra parte, era fácil establecer una relación de simpatía con Julio, debido a su carácter alegre y extravertido. Quiero decir que él sabía mirar las obras de arte y también, el culo de Nanda Vigo. Me acuerdo porque su mirada había hecho reír a los artistas de Padua y de Milán, pero no a Piero Manzoni, que era el novio de Nanda. En efecto, a partir de ese día, Manzoni se volvió polémico frente a la tendencia neoconcreta, cinética, «programada» y óptica.
Él había subrayado, por primera vez, que esa tendencia quería a esta Helena, pero no como modelo, y que las tropas estaban dispuestas para el sitio de Troya.
Naturalmente, utilizo esta metáfora para hacer comprender todo lo que se produjo a partir de los años setenta, cuando la mayor parte de las tendencias, del neodadá al pop, del arte pobre al neoinformal, del conceptualismo a la transvanguardia, todos se aliaron contra artistas que, como Julio, eran las figuras centrales de la investigación internacional de la Nueva Tendencia.
Gérard Fromanger, París – 1977
Es en verdad difícil vivir rectamente, cuando la tendencia general es vivir atravesadamente.
Pero si es tan simple vivir atravesadamente: basta con quedarse en casa, dar la vida por ganada, aceptar como puramente «naturales» los acontecimientos del mundo, admitir que «ya todo fue dicho» desde que hace más de siete mil años existen y piensan los hombres, considerar que la democracia se ocupa de gestionar las desigualdades, que la situación actual es buena, que solo pudiera ser peor, y que en justa consecuencia lo mejor es no decir nada, no hacer nada, no pensar en nada que pueda transformarla
Julio Le Parc vive rectamente: hace ahora diez años que lo conozco, diez años de luchas en el medio cultural, quinientas veinte semanas de poner en práctica la idea de que es preciso que nosotros mismos nos ocupemos de nuestras cosas, sin jamás ver la evolución de las cosas en términos de victoria o de derrota, sino siempre en términos de resistencia activa individual o colectiva, en la «fatalidad» del control cada vez más internacional, cada vez más represivo, cada vez más totalitario sobre nuestras vidas. Para Julio Le Parc, en qué consiste vivir rectamente. Cómo hablar de la treintena de manifestaciones en las que ha participado desde hace diez años. Contarlas, nombrarlas serviría de poco; pero si me fijo con detenimiento, veo una presencia constante, decenas de textos, numerosas intervenciones orales, centenares de cuadros, de juegos, de invenciones, de intervenciones, de iniciativas, de carteles, tarjetas, dibujos, encuestas, decorados, recorridos visuales y táctiles; veo, asimismo, una repartición y una coherencia entre su trabajo personal y sus actividades colectivas; todo esto, para poner constantemente en tela de juicio la idea de jerarquía, de pasividad del espectador, las relaciones de poderes entre los oficiales del arte y los artistas, para empezar a practicar una democracia activa y suscitar nuevas formas de comunicación y de vida.
«Para aprender a caminar pon un pie delante del otro y zas, vuelta a empezar...». Cuando éramos niños, en la escuela cantábamos esta cancioncilla mientras caminábamos por el campo; y las palabras nos parecían hasta tal punto en consonancia con nuestro deseo de ir cada vez más lejos, que llegábamos a olvidarnos del cansancio, de las decepciones y de las riñas; cuando observo la obstinación con la que actúa Julio Le Parc, esa cancioncilla vuelve a mi memoria y, ciertamente, es preciso haber conservado una cierta dosis de la terca frescura de la infancia para albergar siempre en el corazón ese loco deseo de vivir rectamente.